Por Edilson Villa M.
(Filósofo, poeta y editor)
“…amor entero,
que a todo da valor y da sentido.
Un fuego que jamás será extinguido”.
A. G. Roemmers
Alejandro Guillermo Roemmers es ante todo un poeta, un poeta auténtico que, además de ser reconocido mundialmente como un gran novelista debido a su obra El regreso del Joven Príncipe, es también el mejor compositor de sonetos en la actualidad.
El rigor en su estructura, el conocimiento de la condición humana, la pulcritud, la riqueza léxica, la musicalidad y la justa medida en la métrica de los versos de Alejandro G. Roemmers, lo hacen, sin lugar a dudas, el mejor cultivador contemporáneo de sonetos, tanto en su forma clásica como en la moderna. En palabras del historiador español, Luis Alberto de Cuenca, “La poesía de Alejandro Roemmers está templada en el yunque del clasicismo. Los secretos del verso no existen para este poeta, que disfruta de un oído privilegiado para el endecasílabo y para el soneto, en línea con ilustres predecesores suyos de la mejor poesía argentina. Con tensión y emotividad, desde las raíces de un alma generosa y solidaria, va enhebrando sus versos con la sabiduría técnica del rigor, pero también dejándose el corazón en cada poema; y ofreciéndoselo al lector en comunicación que linda con el espacio de lo religioso”.
Y en la otra orilla del Océano Atlántico, el destacado escritor argentino, Alejandro Vaccaro, expresa: “Una de las formas métricas que usa Alejandro Guillermo Roemmers, y dentro de la cual trasmite sentirse cómodo, es el soneto. Así las páginas de su obra se nutren de endecasílabos, los cuales maneja con acertada destreza; es decir, conoce a plenitud las reglas del juego; y las rodea con expresiones en las que aflora su talento y su alta capacidad de resolución”.
Pero, ¿Qué es un soneto?, ¿Por qué escribir un libro en un género que para algunos ya está olvidado o, al menos, en desuso? Veamos: Se dice en los libros de texto que un soneto es una composición poética de 14 versos de arte mayor, generalmente endecasílabos, a la usanza clásica, distribuidos en dos estrofas de cuatro versos (cuartetos) y dos estrofas de tres versos (tercetos). En teoría, podría decirse que el primer cuarteto presenta el tema del soneto, y que el segundo lo amplifica o lo desarrolla; el primer terceto reflexiona sobre la idea central o expresa algún sentimiento vinculado con el tema de los cuartetos; el terceto final, el más emotivo, remata con una reflexión grave o con un sentimiento profundo, en ambos casos, desatados por los versos anteriores.
De su origen mediterráneo, concretamente en Sicilia, el soneto pasó a la Italia central, donde fue cultivado por los poetas del dolce stil nuovo como Guido Guinizzelli, Guido Cavalcanti y Cino da Pistoia, entre otros, quienes ya empleaban los dos cuartetos y los dos tercetos. En el siglo XIV fueron muy importantes los sonetos amorosos de Dante Alighieri, dedicados a su amada Beatrice Portinari, recogidos en su libro Vita nuova. Pero el sonetista más influyente de la centuria fue el poeta Francesco Petrarca, cuyos sonetos, recogidos en su Cancionero, influyeron poderosamente en la literatura castellana, primero en los sonetos del Marqués de Santillana, Garcilaso de la Vega, Diego Hurtado de Mendoza, Hernando de Acuña, Fernando de Herrera, entre otros; y luego en poetas que cultivaron el soneto como Lope de Vega, Góngora, Quevedo, Calderón de la Barca, Sor Juana y Cervantes, extendiendo el soneto al resto de las literaturas europeas. Ahora bien, si nos detenemos solo en la lengua castellana, después de una especie de decaimiento en el periodo neoclásico y en el romanticismo español, el soneto vuelve a tomar auge a finales del siglo XIX, con el modernismo, en voces como las de Rubén Darío y Manuel Machado; y en la Generación del 27 el soneto vuelve a cobrar gran importancia con autores como Jorge Guillén, Gerardo Diego, Rafael Alberti, Miguel Hernández, Federico García Lorca; y, un poco al estilo inglés, Jorge Luis Borges. En esta lista de sonetistas hispanoamericanos podemos incluir a Alfonso Reyes, Javier del Granado y algunos otros. En los años sesenta y setenta vuelve a descuidarse el cultivo del soneto, hasta que autores posteriores a los novísimos, como Álvaro Tato, Luis Alberto de Cuenca y Alejandro Guillermo Roemmers, vuelven a frecuentarlo.
Todos los que hemos tenido el agrado de conocer personalmente o de leer alguno de los libros de Alejandro G. Roemmers, de inmediato nos damos cuenta que él ha conservado intacta su alma de niño; un alma pura que, además de desenvolverse en el mundo de los negocios como un importante empresario, ha permanecido sensible a la poesía, a la belleza y a la pureza; a esa manera estética con que nos propone Hegel que nos apropiemos del mundo, esto es, que además de una apropiación práctica y teórica, adoptemos una actitud emocional, valorativa y juzguemos todas las cosas en cuanto a su belleza, pues precisamente esta forma de apropiación es la que permite y supone el despliegue más rico de las facultades humanas, teniendo en cuenta que la calidad de esta vivencia estética depende de nuestra facultad de proyectar en dicho objeto todo nuestro yo, todas nuestras experiencias, nuestros conocimientos y anhelos. Con este nuevo lenguaje autónomo, conjurado, hechizado, Alejandro G. Roemmers nos señala las claves de su visión del mundo, de su ideal de belleza, de sugerencias de nuevas realidades y nuevas revelaciones.
Alejandro G. Roemmers es un poeta, un filósofo y un hombre al que podríamos considerar sabio, en la medida en que está en armonía con todo lo que existe, alguien que contempla la realidad y se da cuenta que todo cuanto existe, le guste o no, es como debe ser; alguien que sabe además que, antes de mejorar el mundo, hay mucho que mejorar dentro de uno mismo. Es sabio en el sentido en que pudo dejar atrás al sujeto retraído y melancólico del pasado, para convertirse, aún en estos tiempos postmodernos, en un hombre pleno, arriesgado y feliz, que le apuesta siempre al amor, porque, como dice en su poema “Solo el amor”:
“solo el amor nos salvará…
… solo el amor no morirá jamás”.
Timón en mano, desde la proa de su vida y con todo el mar por delante, nuestro autor avanza de lo conocido hacia lo desconocido; movido por una vocación absoluta, por la conciencia de que se moriría si no escribiera, si no poetizara el mundo, arrojando luz sobre las tinieblas del corazón humano y lo dirige hacia la búsqueda del absoluto, del ser, de la unidad perdida consigo mismo. Como poeta y como filósofo, Alejandro Roemmers nos revela en estos sonetos que va en búsqueda de la verdad. Ambos (el poeta y el filósofo), son amantes de la sabiduría y, como tal, están inspirados y poseídos por un don divino que les permite expresar, uno mediante la intuición y el otro mediante la razón, ideas de un valor superlativo para beneficio de la humanidad.
Esta idea la encontraremos también desarrollada en Platón cuando nos dice en el Fedro: “El poeta es una cosa ligera, alada, sagrada; él no está en disposición de crear antes de ser inspirado por un Dios, que se halla fuera de él, ni antes de haber dejado de ser dueño de su razón; mientras observa esta capacidad o facultad, todo ser humano es incapaz de realizar una obra poética”.
Y en el Hiperión, Hölderlin, uno de los pensadores más esenciales para la modernidad, nos dice que “El hombre es un Dios cuando sueña y un mendigo cuando piensa”; siendo el poeta, en este caso, el soñador; y el filósofo el pensador; reafirmando la anterior idea platónica no se distingue sobre poesía y filosofía: El poeta y el filósofo no se distinguen por el grado de adecuación de sus pensamientos a la verdad sino por el modo de producirlos. Mientras que la filosofía lo hace a través de razonamientos, la poesía emplea la inspiración. Queda el campo de la poesía, entonces, reservado a las palabras surgidas de una inspiración no racional, las cuales deben estar indisolublemente ligadas al natural inconformismo humano. En tanto la filosofía requiere principios, argumentación, lógica, verdad develada, la poesía sugiere, y desde la intuición y un proceso de agudización de la percepción sensorial, une lo posible con lo imposible, lo real con lo irreal, los sueños y la vigilia.
En la Crítica del Juicio, unas de las obras más importantes en la estética del siglo XVIII y el XIX, Kant observa que, al igual que la filosofía, la poesía también opera por medio de pensamientos, trabajando con imágenes y con un lenguaje figurado. Una de las ideas centrales de este libro es que el placer estético vale por sí mismo y no requiere de ninguna justificación externa o racional. En la propuesta Kantiana la poesía se caracteriza por la abundancia de pensamientos y representaciones, pues pone la imaginación en libertad para elevarse estéticamente hasta las ideas. Más tarde, Hegel realiza una distinción importante entre imaginación ordinaria e imaginación creadora: Mientras que la primera se basa en el recuerdo de circunstancias y experiencias vividas, la segunda es característica de la poesía, y es fruto de una capacidad específica del pensamiento: La imaginación creadora. Siguiendo este razonamiento Hegel concluye que la filosofía piensa a través de conceptos y la imaginación creadora o poética mediante intuiciones o “Ideas estéticas”.
Las vivencias conforman la sustancia de la temporalidad, y las vivencias del poeta se asocian a un espíritu aventurero. En el campo de la poesía, la existencia se concibe como una aventura, en la cual lo racional y objetivo se hallan sujetos a la cotidianidad y la rutina, y son las vivencias las que le confieren una estructura al espíritu, en cuanto este tiene la oportunidad de condensarse en una obra de arte. Así, en la práctica de la poesía, el hombre se une a los fundamentos de su existencia, el ser humano es ser en conversación. Un claro ejemplo de esta idea está en “Recuerdo de la Alhambra”:
“Esa noche en La Alhambra, tú me amabas,
y yo también te amé: ¡Fueron testigos
los doce leones cuando me besabas!”
Su condición de poeta y filósofo, hacen posible que la poesía de Alejandro Guillermo Roemmers, como lo plantea el poeta Norberto Silvetti Paz, “sea concebida y ejecutada con sencillez y gravedad, de permanente intensidad, que incorpora y recobra para sí la adustez de los días y la experiencia existencial, transformándola en un motivo de meditación profunda”.
Con todo lo anterior, una vez leídos y releídos estos sonetos, no es exagerado decir (uniéndome a las voces de muchos otros), que Sonetos del amor entero, del poeta y escritor argentino Alejandro G. Roemmers, es el mejor libro de sonetos que se ha publicado en lo que va corrido de este siglo.