“Poesía viva”, esa carta de navegación, del poeta Edilson Villa M.

Por Pepe Palacio Coronado

(Periodista y escritor).

“No es la hora para el canto.
No, esta no es la hora.
Aún así me presento como indeseado huésped.
Siempre he sido un obstinado en romper cadenas,
buscando como un ciego partículas de luz”.

Edilson Villa Muñoz

Filósofo de la Universidad de Antioquia, profesor en numerosas instituciones educativas, poeta y escritor con más de 10 libros publicados y un Premio Nacional de Poesía, conferenciante y tallerista reconocido, artista marcial con decenas de discípulos, avezado parapentista, timonel y patrón de yate de la Prefectura Naval Argentina, prestigioso editor literario y un columnista prolífico, férreo en su valores y principios cristianos; un devoto esposo y un amoroso padre.

Edilson de Jesús Villa Muñoz nació en Sopetrán, Antioquia (Colombia), el 28 de marzo de 1970, en el hogar de Hernán Villa, un agricultor de profesión que después se jubiló en Industrias Noel como jardinero; y de María Ofelia Muñoz, para entonces una muchacha de 15 años, buena jinete y amansadora de caballos, que después se hizo pedagoga y con el tiempo logró jubilarse en Los Álamos, un colegio de Itagüí, Antioquia, donde trabajó varios años con población con necesidades cognitivas y sicomotoras “especiales”.

Los primeros cinco años del ahora filósofo, poeta y escritor Edilson Villa Muñoz los vivió en su pueblo natal hasta que un grave accidente automovilístico, que padeció su padre, los obligó a trasladarse definitivamente a la ciudad de Medellín, donde ha vivido gran parte de su vida, hasta que su poesía empezó a volar alto y lejos y lo llevaron a conocer (y a vivir), en otros países.

Sus estudios de primaria los realizó en el Colegio Fe y Alegría, de Robledo, de la capital antioqueña; y sus estudios de bachillerato en el Tecnológico Pascual Bravo donde, además, se graduó como mecánico industrial en 1988. Con estos dos diplomas ingresó a trabajar como instructor de mecánica industrial en la comunidad salesiana Ciudad Don Bosco, donde enseñaba dibujo técnico y el manejo adecuado de máquinas y herramientas.

A principios de 1990 ingresó a trabajar como mecánico industrial y operario de hornos en Industrias Noel, empresa donde también trabajaba su padre; y a mediados de ese mismo año, ingresó a la Universidad de Antioquia a estudiar Filosofía y Letras.

Durante la década de los noventa, fundamental para su vida por todos los cambios y situaciones que debió enfrentar, nuestro filósofo, poeta y escritor en mención combinó sus tareas técnicas en mantenimiento predictivo y preventivo; y sus responsabilidades para alcanzar las metas de producción en Noel, con sus estudios de Filosofía y Literatura en la Universidad de Antioquia.

Mientras que en la empresa privada se capacitaba en las competencias del trabajo en equipo, habilidades gerenciales, control de calidad y recursos humanos, en su alma máter profundizaba en el conocimiento de los grandes filósofos y sobre la condición humana; todo esto mientras escribía poesía y leía vorazmente a los autores clásicos, sobre todo a los escritores rusos, españoles y latinoamericanos.

Debido a su disciplina y a su compromiso con la palabra literaria, en 1992 fue elegido por decisión unánime como el director del Consultorio Literario Espirales Humanos de la Universidad de Antioquia, un grupo de apasionados por la literatura que estaba integrado por profesores y estudiantes de varias universidades de Medellín. Desde allí organizaban talleres literarios, recitales, presentaciones de libros, conferencias y, eventualmente, algunas publicaciones con la producción literaria de los integrantes de Espirales Humanos.

Entre estas publicaciones estaban, por supuesto, los primeros poemarios de Edilson Villa Muñoz, tales como Poesía temprana (1993), La danza de las mariposas (1995), El sendero del fuego (1997), libros con los que empezó a ganarse un nombre en la poesía, al punto de empezar a ser tenido en cuenta para hacer parte de varias antologías de poesía colombiana.

De esta época, el filósofo, poeta y varias veces director del Instituto de Filosofía de la Universidad de Antioquia, el Dr. Eufrasio Guzmán Mesa, escribió como prólogo para el libro El sendero del fuego, de Edilson Villa Muñoz, que:

“De todo lo escrito vale destacar lo que genera resistencia, lo que vence el tiempo implacable y la segura muerte, entregándonos un rasgo que perdura, una visión que no se deshace sino que brilla, sobre todo en la noche, cuando todo parece conspirar contra nosotros.

Nos elevamos en el seno de la noche y la imaginación eleva el pensamiento, le da sus alas para que emprenda el vuelo y comprenda lo que acontece en el núcleo cálido de la vida. El rasgo se traza sobre la arena, con la punta de una astilla, sobre la piel, con carbón, o con la tierra sobre la bóveda o la piedra. En ocasiones es tan perdurable como la onda sobre la superficie del agua que ha cruzado el guijarro, o tan duradera como la visión del ojo del pájaro que se acerca por azar a la ventana. Si se tienen a su servicio brazos, piernas y se dispone de basalto, se pueden hacer pirámides o murallas. Si solo la mano, entonces gestos, ademanes lentos o apresurados, se juntan los sonidos elementales de la boca y se hacen con las formas de los elementos, el agua, la tierra, el fuego, el aire, las palabras necesarias y esenciales.

Marchamos de la miel a la ceniza, de la leche al polvo en un giro que en ocasiones nos ensordece y casi siempre nos deja distraídos, ajenos, divididos. Ese es el primer motivo para la invención del gruñido, el gesto, el ademán y la palabra. La palabra nace pues ante todo para vencer la distancia, para resumir el ruido o el ciego rumor que nos asedia, también para conjurar la ausencia, asimilar al otro o permitirle llegar al centro de nuestro loco corazón, la intercambiable fiesta, un bullicio que no termina.

La palabra que llamamos poesía aspira a una resistencia extrema, como piedra o cristal o fina brisa. La mirada que levanta el valle y el cuerpo para entregarlos por primera vez. (…) La tarde entrega siempre más de dos lecciones y hay mensajes de las estrellas que se pueden recoger con la escoba en el polvo de la casa.

Cruzamos y vencemos el vacío con la vida que nos entrega la palabra aunque ella no dependa de esta última. Entiendo que eso lo vive hasta los huesos el poeta Edilson Villa M. y además nos entrega este registro. En su jugada contra el implacable destino, contra la marcha de la sangre en  las venas, y él llama la atención sobre la suya derramada, sobre el paso necesario, ineluctable, como la marcha del viento sobre el planeta y el cosmos, y el viento somos nosotros que marchamos, nos recuerda en el texto  “Por lo que pasó”:

“Somos el Viento,

Y el viento avanza

A pesar de la oscuridad”.


Aquí se está intentando capturar el instante en que la emanación del cuerpo se confunde en el encuentro con el otro.  El otro es una agitación que se acerca y nos excita, la dama del alma que nos llega y se aleja, la sombra del padre que nos acompaña siempre, y nuestro mar interior que se agita en sombras y sueños compartidos: ¡Ah!, cuando éramos los dos uno, cuando la mirada se encontró en el horizonte y en el cuerpo. Esa vivencia es en esta ocasión desgarrada, límite, por ello se explica que emerja bajo la forma de la imploración, el giro de lo que casi es ruego:

“Ven, regresa,

Deja que tus zapatos descansen

Debajo de mi cama”.

Puede volver siempre la escritura por todos senderos y pasar de la ensoñación y la nostalgia a la visión integral de la tragedia:


“En los países

Condenados

Moribundos

Desangrados

Putrefactos

Los buitres se disputan

Con las moscas

El derecho de cenar

Los cuerpos transparentes

De los niños”.

Lo tendido es el hilo de la sangre que nos cruza, nos une  y nos congrega. De eso se trata también aquí, de convocar lo ido, lo perdido, lo que siempre seguirá respirando entre las manos después de que, en medio de la noche o en el filo de día, encontramos el cuerpo convertido en un rumor que penetramos y nos gobierna”.

Durante el tiempo en que Edilson Villa Muñoz avanzaba con sus estudios de filosofía y literatura, escribía poesía y trabajaba en la empresa privada, estuvo también muy dedicado, como barítono, al Club de Estudiantes Cantores de la Universidad de Antioquia; a las artes marciales japonesas y a la dirección técnica de fútbol (en su época de estudiante de bachillerato estuvo en el grupo de teatro y en el equipo de natación de alto rendimiento).

En sus propias palabras, el filósofo, poeta y escritor Edilson Villa Muñoz, nos cuenta de manera jocosa, pero no por ello menos seria, que:

“Durante mi adolescencia, juventud y mi época en la universidad (bueno, en realidad siempre), he estado metido en tantas cosas a la vez, que nunca tuve tiempo para la bohemia y la vida nocturna. Debo suponer que nunca me hizo falta ese tipo de esparcimiento porque siempre me he sentido muy cómodo retirado en mi roca de crear leyendo y/o escribiendo, o tratando de hacer muy bien las tareas con las que me he comprometido. Sería justo decir que el deporte, la filosofía, la literatura y el sentido común me han salvado de tantos peligros que abundan en la noche”.

Una vez que se graduó en Filosofía y Literatura en la Universidad de Antioquia, con la idea de irse para Cuba (A la isla ya había viajado antes, en 1993, al Congreso de Pedagogía; pero ahora tenía una beca para estudiar Creación Literaria en San Antonio de Los Baños), y con la firme decisión de construirse una carrera literaria, decidió renunciar a esa cierta estabilidad financiera que le había dado su trabajo en la empresa privada para ir en busca de ese tipo de alegrías que apacientan lo más sublime del espíritu humano, pero también, para enfrentar y moverse por esas arenas movedizas que a veces nos depara el porvenir.

Cuando regresó a Colombia se dedicó a la enseñanza de Filosofía y Literatura en varios colegios y universidades; a dictar el Taller de Poesía Esa Palabra de la Universidad de Antioquia; y publicó los libros de poesía Azul en blanco y negro (1999), La primera línea del arco iris (2001); La idea de naturaleza humana en la obra poética de Porfirio Barba Jacob (ensayo filosófico, en 2002); El espíritu del sable (Premio Nacional de Poesía, 2004); Pluma del viento (2007), Aula 206  (2008) y El bonsái seco (2009).

Entre el 2010 y finales de 2012 estuvo dedicado por completo a la enseñanza del idioma inglés en varias instituciones, a la conducción de un programa radial llamado La flor del cerezo donde contaba las grandes historia de amor de la humanidad y a la dirección de un club de artes marciales.

A principios de 2013, luego de un recorrido por casi todos los países de Suramérica (excepto Venezuela), se radicó en Buenos Aires, Argentina, donde vivió casi 6 años mientras corregía su trabajo literario y trabajaba como el editor general en Prosa Editores y en el consejo editorial y directivo de la Revista Proa (fundada por Jorge Luis Borges); a la vez que completaba sus rigurosos estudios de navegación en la Prefectura Naval Argentina y en el Instituto Superior de Navegación, actividad que le ha permitido conocer casi todos los puertos de Suramérica en sus dos océanos.

Durante este periodo publicó los libros de poesía La sal del ancla (2014) y El haikú de la escalera (2017); y escribió la novela (aún inédita), La ballena 52 y el libro de crítica literaria El Olifante (también inédito).

El 07 de abril de 2018 regresó a Colombia y se radicó en Bogotá, desempeñándose como el editor general de Sakura Ediciones donde ha dirigido y prologado, entre más de sesenta publicaciones, la Antología Poética Entra-Mar (con tres tomos en su haber que recoge el trabajo de 200 poetas de Iberoamérica); y la Bitácora Mundial Cuarentena 2020 (que reúne el trabajo de 88 escritores de 12 países).

En el prólogo para La sal del ancla, del poeta Edilson Villa Muñoz, María Van Loy, la reconocida periodista de investigación, directora de Hierro candente y presidente de Art Station Project, escribió:

“Pocas veces me he encontrado con una obra poética de la solidez de La Sal del Ancla, del poeta colombiano Edilson Villa M. Había aventurado una suerte de prejuicios, sopesando el gran caudal académico de este escritor, que supo arrojar por la borda todo tecnicismo de la palabra para entregarnos su poesía, desnuda de viejos atavíos, pura y despojada.

La sutileza incisiva de sus versos nos atraviesa, lenta o veloz, pero nunca efímera, transparente o cargada logra exponer el caudal inaudito de un testigo noble, como una flecha atravesando el viento.                                                                                                            

Naturaleza franca para expresar los estamentos del amor que a todos nos sacude parece ser la fórmula impensada, intuida desde lejos, desde la línea misma del tiempo que dibujó su vida, asaltándolo con piedras o iluminándolo, una delgada línea que va adquiriendo tensión o desdoblándose  a través de las ventanas que el escritor nos abre, a sus infinitas estampas, etapas, estambres de la flor que cultiva con esmero, la poesía viva y candente que lo alimenta.

Ante esta magnánima muestra de sencillez me he visto obligada a ver más allá de esta obra, para encontrarme con un artista, que va dejando sus ropas por el camino del escenario de la vida para llegar libre a sus bambalinas, como un niño, alegre, descubriendo la verdadera esencia de su ilusión.                                                                                                                                  

Ha sido inevitable compararlo con otros que, como él, en sus comienzos esgrimieron sus obras con la densidad tensa de una búsqueda de la perfección. Miguel Ángel y el David y la obra más pura, refinada que realiza en sus últimos años, cuando la sabiduría lo asiste, con su invitación secreta, diciéndole al oído lo bello del arte cuando se vuelve universalista, cuando deja por fin su dura mueca de élite.                                                                      

Descubrimos un recorrido serpenteante, entre sus montañas de la infancia, de vivencias crudas o sosiego dulce, donde nada pasa sin tocarlo, donde se carga los bolsillos de aventura para soñar horizontes sin límite. Hoy se desliza trashumante, por ríos y por mares, su palabra es libertaria, valiente y alta, se declama, libre y eco, emancipada de sí misma.

De igual manera, la reconocida traductora italiana, la editora en jefe del sello editorial Buena Letra, Marcela Filippi Plaza, escribe:

“Me llamó poderosamente la atención la obra poética del filósofo colombiano Edilson Villa M. Su poesía es sencilla, sincera, telúricamente humana y honesta consigo mismo, es decir, con todos los demás, porque retrata la verdadera esencia de las cosas y de la condición humana, no su mera apariencia. En su poema “La Canción del Alma Conmovida”, por ejemplo, su influencia en cada verso me ha llevado a considerar el mundo que circunda a una relación fallida de pareja, de una forma diferente, nueva, armónica, de una manera poco conocida que seguramente no se corresponde con la realidad de esta época actual, y que, más bien, parece idealista; pero el mensaje de sus cantos y el tono de su voz es tal, que me lleva a experimentar una emoción que no conoce límites.

Es por ello que me complazco en anunciarles que este trabajo poético, “La Sal del Ancla”, de Edilson Villa M., ha sido escogido por “Buena Letra” para ser traducido al italiano y publicado en una edición bilingüe, desde nuestra sede en Roma, primero de manera parcial en una Antología de los autores latinoamericanos más representativos, que aparecerá en los primeros meses del 2015 y, posteriormente, en un libro completo, en el 2016, como uno de los más dignos representantes de la poesía colombiana para el mundo”.

Este es el profesor, filósofo, poeta, escritor y editor colombiano Edilson Villa Muñoz, un hombre sencillo, humilde y trabajador (como sus padres), que es la poesía misma; el fervoroso enamorado de su esposa, la profesora de literatura e idiomas, la talentosa bailarina y músico colombiana Milena Díaz (la dama Sakura); el amoroso y dedicado padre de su “bendito hijo” Aarón, que se despide de este perfil con estas palabras:

“En los últimos años me ha sorprendido el canto de los pájaros escuchando en el blando sosiego de la noche la suave respiración de mi alma. De esos desvelos, han surgido algunos versos que dan cuenta de mí mismo y de lo que ha sido el espejo de mi vida (de lo que he podido ser), y, como tal, solo son un modestísimo capítulo de la grave y compleja ciencia de vivir. Porque hay una ciencia de vivir, así como hay una ciencia o un arte de cincelar el mármol o la palabra; una especie de escultura moral que llega a hacernos, si la sabemos aplicar, bellos y armoniosos en nuestros pensamientos y en nuestras acciones.

Con mi visión estética del mundo, con mis cosmogonías y con mi inagotable curiosidad de aprendiz de filósofo, porque, además de ser por dentro un niño, por añadidura tengo algo de poeta y mucho de discípulo de todo lo que se me presente, soy y seré un acumulador de conocimiento y de experiencias, un acumulador de historias vividas o imaginadas que retrato en estos salmos que no salvarán a nadie ni le darán ninguna redención, salvo a mí mismo”.

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