Por Edilson Villa M.
(Filósofo, poeta y editor)
“Vendrá la muerte y tendrá tus ojos”.
Cesare Pavese.
La mensajera de la muerte es una novela donde su autor, el gran escritor colombiano Clarildo Mena Hinestroza, narra magistralmente, con una magnífica fluidez narrativa, el drama de Guillermina, una mujer que, por pura deducción lógica y por un proceso riguroso de observación, casi de manera científica, puede deducir o inferir, a partir de los sueños y pesadillas de su esposo Tomás Marino, la fecha casi exacta de la muerte de los vecinos, familiares y amigos de su comunidad:
“Mi esposo tiene el don de soñar con los próximos difuntos de la comunidad”.
Con frases como la anterior y con párrafos como los que les voy a mostrar a continuación, el autor de La mensajera de la muerte nos muestra el drama que sufrió la protagonista:
“Todo inició con una inusual visita que hizo a la casa de los Chamorro García, un lunes en la noche, durante dos horas y sin motivo aparente, pues no acostumbraba frecuentar dicha casa. Ocho días después, exactamente, a las siete y treinta y cinco, murió de repente don Aquilino, el jefe de ese hogar, justamente a la misma hora en que Guillermina había llegado a la casa de los Chamorro”.
Con el avance de la novela vamos viendo cómo este nuevo conocimiento llevó a Guillermina a padecer, primero la murmuración y animadversión contra ella y luego el desprecio total y el gran temor que ella les producía con su sola presencia, sobre todo porque sus inesperadas visitas siempre coincidían, pocos días después, con la muerte de alguien de la familia visitada.
“Luego de cierto tiempo, Guillermina indirectamente fue expulsada también de los andenes. Cuando los moradores advertían de lejos su presencia, les echaban agua a los andenes, le regaban creolina o riegos de olor desagradable que tenían previamente preparados; otros amarraban perros bravos cerca de sus andenes”.
Ahora bien, ¿Qué motiva a nuestro autor a describir de esta manera tan detallada y original la cercanía de la muerte? y ¿Cómo logra desentrañar, para presentárnosla, toda esta cosmovisión, todo este sincretismo en una cultura específica? Pues bien, es sabido por sus lectores que en casi todos sus libros anteriores, sobre todo en Cuentos de río, mar y tierra, y en La mensajera de la muerte, Clarildo Mena Hinestroza narra varias experiencias que ha conocido de cerca en las que recrea hechos alrededor de la muerte, sus causas y las premoniciones como anuncios a las comunidades de su presencia, los rituales y prácticas que se realizan cuando fallece alguien de la comunidad, además de su experiencia personal por sus propios ancestros que de generación en generación le han ido trasmitiendo de bocas a oídos.
Como nos lo plantea en el prefacio para esta novela, el señor Francisco Perea Mosquera, compañero de estudios y amigo personal de Clarildo Mena Hinestroza:
“Todo comienza desde su familia y el contexto de Yuto, de donde es oriundo (Clarildo Mena Hinestroza), desde donde, como resultado de la tradición oral, se difunden diversas narrativas en las familias, el barrio y las instituciones educativas que recrean los valores y tradiciones culturales con una gran carga de ancestralidad. La fuente más importante de esta inspiración la encuentra en los cuentos y relatos que su madre y sus tías contaban en las noches, después de largas jornadas de trabajo en el campo. Estos relatos los convirtió en importantes ejercicios de oralitura, los cuales trascendieron y configuran lo que es hoy su producción literaria”.
Como gran conocedor de la condición humana, desde el principio de esta novela Clarildo Mena Hinestroza también nos deja claro otro elemento fundamental, además de la idea de muerte, esto es, que el tiempo es relativo (cada vez los años son más cortos), y eso nos lleva a pensar en la cercanía de nuestra propia muerte, en la brevedad de la vida; es ahí cuando descubres entonces que el amor y, en general, todas las formas de la felicidad, es algo urgente, algo absolutamente urgente que no debemos aplazar.
En The two English poems, Jorge Luis Borges, ya bastante viejo, pide que lo amen porque sabe que se va a morir. Todo ser humano que sabe que se va a morir tiene derecho a pedir amor, a esperar ser amado y a brindar tanto amor como sea posible. Pero una cosa es morirse de viejo y otra, muy distinta, morirse abatido por la visita de una mensajera de la muerte.
El amor es la última barrera que le oponemos a la muerte; y esa barrera, ese amor, es lo más importante de la vida; de lejos es lo más importante de todo. La libertad que te quita el amor es a la vez lo que te da la resistencia frente al paso del tiempo; mientras la libertad que te quita el odio te acerca cada vez más a la muerte. Cuando uno se muere, se mueren todas las cosas con uno; hay tantas cosas y proyectos que se apagan, que se terminan, tantas imágenes y pensamientos que se van con uno.
La muerte es como un límite. Con un límite tú sabes que no puedes ir más allá. Chocas con tus límites, con lo que no puedes superar. Tus límites se vuelven físicos, no son algo abstracto. No puedes ir más lejos; y quién creyera, que fuera esta misma cercanía de la muerte, la que nos impulsa a hacernos cargo de nosotros mismos, a rebelarnos y cambiar nuestro propio destino, impidiendo que otros decidan por nosotros.
La idea de la muerte en esta novela, aunque no dejemos de tenerle un respeto especial, es ante todo liberadora, nos impide querer establecer lazos duraderos y nos aleja de cualquier sentimiento de posesión material; nos muestra a nosotros mismos como lo que somos, como una sinfonía de Beethoven o como La Mona Lisa, es decir, como obras maestras en el sentido que somos la totalidad, la sumatoria de nuestras virtudes y nuestros defectos. Lo único que podemos hacer, al final, es transformar nuestras carencias en espíritu. No tenemos ninguna otra posibilidad. El santo vence las tentaciones; el iluminado sabe que todo esto es una creación suya y lo diluye, lo disuelve; pero el artista no puede ni vencer ni diluir sus tentaciones (sus propios demonios); solo puede convertir lo más oscuro de la condición humana en arte, en poesía, en literatura.
Devenimos lo que somos al escribir; es por eso que nuestro escritor, Clarildo Mena Hinestroza, confiesa todos sus secretos por medio de los personajes de sus libros, especialmente de su novela La mensajera de la muerte, porque escribir es devenir lo que uno es, con todas sus imperfecciones.
Nuestro cuerpo está condenado al silencio, a lo inorgánico. ¿Qué podemos hacer mientras contemos con la vida?: literatura. Con todo lo escrito, con lo narrado, podemos dejar un pequeño eslabón en la cadena del lenguaje. Durante casi toda la vida, quienes se han sentido ajenos, apuntan siempre a la semejanza con el otro, con los otros; solo el arte nos conduce a la particularidad, a la singularidad.
Las leyes de la naturaleza no son muchas; son unas cuantas que luego se repiten infinitamente. No dejamos de ser cazadores, salvajes, asesinos. No sé si en realidad hemos salido de las cavernas. Todavía nos fascina el fuego, todavía mataríamos por alimento, por nuestro espacio vital o por una pareja. Somos una especie así; solo en el orden de la palabra podremos cambiar algo (más que cambiar algo, retratar nuestra propia condición), para alejarnos de lo que somos.
La escritura es una preparación para el silencio. Clarildo Mena Hinestroza lo sabía, por eso, al igual que Manuel Zapata Olivella, Arnoldo Palacio, Pilar Quintana, entre otros grandes escritores que retratan la cultura del Pacífico y del Caribe colombiano, nos presenta con su magnífica novela La mensajera de la muerte esos secretos tan autóctonos; los secretos de una cultura ancestral que solo puede develar un verdadero, un auténtico escritor.
Con un estilo propio, a la mejor manera de la literatura rusa, donde se evidencia un gran conocimiento del paisaje y de la condición humana, Clarildo Mena Hinestroza nos describe en La mensajera de la muerte una obsesión: el terror que existe ante la muerte, la muerte entendida como una presencia abrumadora y constante en la vida de las personas. Es una antigua tradición según la cual la muerte implica que, en última instancia, todos somos iguales y que es fundamental vivir una vida correcta para enfrentarnos a ella con esperanza de salvación.
Para concluir estas breves palabras sobre La mensajera de la muerte, y haciéndole honor a su autor, el gran escritor Clarildo Mena Hinestroza, figura relevante entre los narradores de este nuevo pulmón narrativo mundial como el que estamos viendo en el Pacífico colombiano, adhiero a las palabras de Francisco Perea Mosquera, cuando dice en el prefacio que:
“Los aportes educativos de esta novela son una herramienta didáctica y pedagógica fundamental, desde la cual los estudiantes y profesores apropian valores de la cultura afro pacífica, además afianzan y fortalecen la identidad cultural, la educación propia e intercultural. La mensajera de la muerte contiene una gran riqueza lexical, gracias a la que se recuperan muchas palabras que se han perdido por desuso y que en la actualidad deberían ser retomadas en escuelas, colegios y universidades no solo del Pacífico colombiano, sino también del país y el mundo”.
Parafraseando a Gabriel García Márquez, podríamos decir que gracias a sus magníficos escritores, a escritores de la talla de Clarildo Mena Hinestroza, las estirpes de América Latina, condenadas a cien años de soledad, tienen una segunda oportunidad sobre la tierra.